“Soy perezoso: odio no estar cómodo”

Cuando Hernán Casciari empezó a escribir sobre una “mujer gorda”, no imaginaba que Gasalla haría con esa historia el éxito más rutilante del teatro en los últimos tiempos. Radicado en España, habla de sus nuevos proyectos y del espaldarazo que le dio el capocómico.

Como tantas cosas, el punto de partida para identificar el comienzo de una historia es arbitrario. El modo también. Puede decirse que lo que sigue empezó en Buenos Aires, en el barrio de Belgrano, donde vivía Hernán Casciari, a comienzos de 2000. O pudo ser en Mercedes –al oeste bonaerense–, un domingo en el que hizo un viaje de cien kilómetros para visitar a su gente en su pueblo natal. La frontera entre la causalidad y la casualidad es demasiado débil. Si no se hubiera conectado a un chat para mostrarles a sus padres cómo funcionaba, no habría conocido a esa chica española: Cris, le dijo que se llamaba. Pero se conectó. Y más: se fue a Barcelona y se puso de novio con ella. ¿Dónde empezó aquella historia? ¿En el blog que escribía por hobby? Diario de una mujer gorda, tal su nombre. Allí contaba la ridícula vida de una familia de pueblo, como cualquiera. Al fin de cuentas, todas las familias tienen en algún punto el mismo libreto. ¿En qué otra parte puede decirse, también, que empezó? ¿En el premio Deutsche Welle International que le dieron en Alemania, en 2005, por considerarlo el mejor blog del mundo? ¿En el ojo de un productor intuitivo que lo pensó para el teatro? ¿En el personaje materno que interpretó Antonio Gasalla, sobre la base de esa misma historia, desde 2009?
Gasalla se puso magistralmente en la piel de la cincuentona ama de casa Mirta Bertotti. Sufrida, lidiaba con un marido desocupado, tres hijos adolescentes que no dejaban de darle problemas y un suegro drogadicto. Aquello transcurría en plena crisis de 2001. Desde que subió a escena en el teatro Metropolitan, fue uno de los más grandes éxitos de los últimos tiempos. A partir de entonces, 765.000 personas la disfrutaron en ese y otros escenarios del interior del país, incluida la Costa Atlántica, donde este último verano fue –por lejos– la preferida. Sumó más de 750 funciones.
Una cosa fue llevando a la otra, porque Casciari empezó a escribir en reconocidos diarios. Pero lo suyo estaba en otro lado. Y se volcó a la Web, ya más desarrollada que en aquellos tiempos del viaje a España. Dejó sus columnas en diarios matutinos y siguió escribiendo su historia. Sacó su propia web, publicó la revista trimestral Orsai –por la que han pasado algunas de las mejores plumas argentinas y extranjeras–, editó libros, pregonó el contacto sin intermediarios entre escritor y lector, y siguió narrando. Que es lo suyo.

–¿Pensás en qué habría sido de tu vida si te quedabas en la Argentina?
–Lo pienso cuando estoy en Buenos Aires. En Barcelona no lo pienso nunca. Cuando estoy en Buenos Aires, intento imaginarme todo. Supongo que estaría haciendo lo mismo, que habría empezado a escribir algún cuento (otro) en Internet, y que con suerte tendría estos lectores que tengo. De hecho, los lectores no saben, ni les importa, desde dónde escribís.

–Futbolero como sos, una de las cosas que más habrás extrañado es no estar en el país para ver a Racing campeón. Justo te fuiste en ese momento.
–Me acuerdo de que la Argentina era un caos y yo buscaba un bar en Barcelona que tuviera televisión satelital para ver a Racing campeón. Hacía frío y estaba con Cristina viendo el partido. En el bar había poca gente. Siempre quise que Racing saliera campeón mientras viviera mi padre, que pudiéramos verlo juntos, como lo vimos descender en el 83 o resurgir un año después, contra Lanús, en la cancha de River. Pero él y mi madre estaban a diez mil kilómetros. No podía dejar de pensar en mi sillón vacío en casa y me molestaba saber que mi padre tampoco disfrutaba porque le faltaba algo. Cuando terminó el partido y Racing fue campeón, yo tenía 30 años. Y lloraba. Me acuerdo de que mientras Macaya Márquez hacía el resumen, me puse de espaldas a Cristina para que no me viera llorar ni creyera que el fútbol podía hacerme sufrir. Nunca me había sentido tan lejos de todo lo mío.

Más respeto que soy tu madre
–Se te dio con Racing primero y con Gasalla después. ¿Qué significa para vos que un capocómico como él interprete una historia tuya?
–Aquellos casi doscientos capítulos que componen Diario de una mujer gorda fueron escritos, casi por casualidad o desesperación, en una página personal de Internet, durante los últimos meses de 2003, que fueron horribles, y los primeros de 2004, que no fueron mejores. Enseguida empezaron a aparecer lectores. No sé por qué. Al terminar, apareció el ofrecimiento de publicarlo como libro, después para el teatro y más tarde para cine. Hoy me ponen muy feliz los elogios. A mí también me gusta mucho lo que inventó Gasalla alrededor de mis personajes, cómo los hizo suyos, de qué forma les insufló su propio mundo creativo. Sé que hay un porcentaje muy alto de Antonio en ese éxito. Soy muy feliz con lo poquito que me toca.

–¿Recordás cómo empezó la historia que llevó a ¡Más respeto que soy tu madre!?
–Nació como un juego donde intenté hacer un pequeño homenaje a mi ciudad natal, Mercedes, o al menos sentirme cerca de ella. Quería que la protagonista de la historia, Mirta Bertotti, escribiera un diario personal que generara lo que pasó: que los lectores no hablaran conmigo, sino con el personaje, aun cuando sabían que era eso, un personaje. Finalmente se lograron inmejorables críticas por parte de gente de todas las edades, de todas partes y de distintas clases sociales. Todo se enriqueció, además, con los muchos intercambios de ideas y opiniones que se generaron con los lectores. En lo personal fue una experiencia riquísima.

–Ahora es el tiempo de la revista Orsai. ¿Cómo se originó?
–Surge junto con Christian Basilis, “El Chiri”, que es mi mejor amigo. Nos conocemos desde los 8 años. Somos de Mercedes. Él se vino a vivir a España en 2009: se instaló con su familia a cuatro cuadras de casa. La noche que llegaron preparé una cena muy rica. Después las mujeres y los niños (él tiene dos hijos y yo, una mujer) se fueron a dormir y nosotros empezamos una sobremesa muy intensa, que terminó de madrugada. En 1982, cuando estábamos en sexto grado, hicimos una revista juntos. Se llamaba Las Cloacas. Salíamos a la calle con un grabador a preguntarles a los vecinos sobre diferentes temas. Imprimimos ocho páginas dobladas, hicimos veinte fotocopias, las abrochamos y la repartimos en el aula. Desde entonces y hasta terminar la secundaria, sacamos una revista al año. Fuimos mejorando. Hicimos una que se llamaba Kraño, en la que denunciamos que el director del colegio cobraba un sobresueldo como profesor, cuando estaba prohibido ocupar dos cargos educativos a la vez. Por ese motivo, o quizá porque me llevé doce materias a marzo, nunca terminé el secundario. A los 18 nos fuimos a Buenos Aires a estudiar periodismo. No pudimos seguir. En mi caso, porque no tenía título del colegio. Pero seguimos haciendo revistas. Después me fui a Barcelona a escribir cuentos on-line mientras que “El Chiri” puso una librería en Luján. En 2009, cuando nos reencontramos, hablamos de todo eso. Y empezamos con Orsai. Eso sí, gracias a lo de Gasalla podemos gastar la plata que gastamos para hacerla.

Messi, Spinetta y Charly
–¿Cómo es dirigir una idea propia, que tiene éxito y que, además, tiene un buen concepto?
–Creo que es verdad lo del concepto –la revista empieza a tener prestigio–, pero de ningún modo es exitosa.

–¿Qué entendés por éxito?
–Para una revista, éxito es vender mucho. Orsai empieza poco a poco a tener prestigio, pero la leemos ocho gatos locos.

–Pero te va bien.
–Claro que me va bien si estás hablando de felicidad y no de economía. Trabajo solo con mis amigos, me divierto y hago una revista que, primero que nada, me gusta leer. Me va perfecto.

–¿Qué papel juegan los lectores para que Orsai funcione?
–No suele hablarse de mi éxito o, al menos, eso espero. La gente habla muchísimo más de Orsai que de mí. Y la razón es que todos los lectores saben que Orsai es de ellos.

–¿Qué ganaste y qué perdiste al renunciar a tus columnas en medios tradicionales para dedicarte a proyectos propios?
–Yo cuento lo que se gana, y después mi mujer te explica lo que se pierde. Por lo pronto, aprendí que solo me puedo divertir en un medio sin publicidad. Dije basta a todo lo molesto, incordioso, burocrático y extremadamente siglo veinte del oficio. Y Cristina dice, entre otras cosas: “Deciles adiós a la seguridad social y a que nos entre dinero en el banco”.

–¿Cómo hacés para vencer al miedo de dejar un ingreso seguro?
–La pereza es mi clave. Soy muy perezoso: odio no estar cómodo. Por lo tanto, no necesito claves para renunciar a lo que no me gusta y hacer lo que me gusta. Tiendo a eso porque soy vago. Me resulta muchísimo más complicado no hacer lo que me gusta.

–¿Qué cosas te dan miedo en general?
–Antes de ser padre, mi mayor miedo era no tener cigarros a las tres de la mañana y que no hubiera ningún maxiquiosco abierto las 24 horas en el barrio. Después de ser padre, la frivolidad de las fobias se me fue al demonio.

–Una vez escribiste un muy dulce recuerdo de Charly García. ¿Qué opinás del Charly de hoy?
–Pensar en Charly hoy es como pensar en Borges facho. Es una lástima pensar en los peores momentos de los artistas amados. Hay que pensar siempre en la plenitud, porque lo que dejan es eterno.

–¿Cómo te pegó la muerte de Spinetta, desde la distancia?
–Con la muerte del Flaco me pasó una cosa que, después, supe que nos ocurrió a muchos. No estaba al tanto de que me iba a pegar tan mal. Estuve muy triste un par de días, pero de alguna manera no por la muerte de Spinetta; era otra cosa. No se sabe bien qué; sospecho que fue un “adiós, juventud”.

–En la Argentina casi no podemos disfrutar de Messi, salvo por la tele. ¿Cómo es vivirlo tan de cerca, siendo argentino?
–En lo personal es un regalito. Ser argentino, que me guste tanto el espectáculo del fútbol y que la vida me haya puesto a cuarenta kilómetros del mejor fútbol que se jugó en la historia es magia. Pero para mí Messi no es más que Xavi e Iniesta. Son los tres Reyes Magos.

–Ahora, además, hay un bar Orsai en Buenos Aires. ¿Por qué apostás a la gastronomía?
–¡Porque soy gordo!

Quién es Hernán Casciari
Nacido en la ciudad de Mercedes, provincia de Buenos Aires, el 16 de marzo de 1971, a Hernán Casciari se lo conoce como un escritor que supo generar interesantes productos a través de la Web; algunos de ellos de gran repercusión, como la obra !Más respeto que soy tu madre!, que Antonio Gasalla llevó al teatro. Su título original era Diario de una mujer gorda. Esa historia fue ganadora del concurso de weblogs de la cadena alemana Deutsche Welle. Varios son los premios obtenidos por Casciari: el Primer Premio de Novela en la Bienal de Arte de Buenos Aires (1991), por Subir de espaldas la vida, y el Juan Rulfo (París, 1998), por Nosotros lavamos nuestra ropa sucia. En papel, publicó los libros Más respeto que soy tu madre (conocido también como Diario de una mujer gorda), Espana, perdiste, El pibe que arruinaba las fotos, El nuevo paraíso de los tontos y Charlas con mi hemisferio derecho. En 2010 renunció a sus columnas en los diarios La Nación (Argentina) y El País (Espana) para dedicarse a proyectos propios. Entre ellos, la revista cultural Orsai, que no tiene publicidad y se distribuye en distintos países, sin intermediarios.

Sin intermediarios
Hernán Casciari apuesta a que sus proyectos se consoliden sin intermediarios. Para él, ese es el denominado "mundo nuevo". "Hay que tener lectores; con eso alcanza. ¿Y cómo tengo lectores? Escribiendo y publicando en la Web, gratis, hasta que lo que hacés le guste a bastante gente. ¿Y de qué vivo mientras tanto? De otra cosa, como todo el mundo", opina. Cuando se le pregunta cómo imagina la convivencia entre el "mundo viejo" y el "mundo nuevo", responde: "Una cosa está subiendo; la otra, bajando. Tendrán el mismo peso solo un minuto y medio".

Piraterías
Consultado acerca de la influencia de las descargas ilegales en la venta de productos a través de Internet (música, películas y libros), apuesta a la invención de nuevas formas de comercialización: "Hay que reinventar desde mucho antes. Y hay que reinventar siempre", sostiene. Con Orsai, donde ha ganado una interesante reputación, prefiere la prudencia: "Estamos a cuarenta anos luz de ser un imperio", aclara este hombre de 41 que cuenta con una más que interesante legión de seguidores en el ambiente cultural.

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